Aprenda de Abraham, el padre de la fe, el patriarca en quien Dios confió la herencia de su pueblo.
QUE LE PROMETIÓ DIOS A ABRAHAM
Dios halla gracia en su siervo Abraham y lo designa como el fiel
escogido entre todos los hombres para depositar en su humanidad los bienes que
Dios planea entregar como herencia a su pueblo.
La promesa de Dios ofrecida a Abraham consta de cuatro
grandes pilares: Gran descendencia de su prole, tierras para cultivar y vivir,
una nación para gobernar y protección y bendición para sus habitantes.
Dios dijo a Abraham: Vete de esta tierra y de la casa de tu padre al lugar que yo te mostraré. Y forjaré de ti una nación grande, te bendeciré y será grande tu nombre (Génesis 12, 1-2).
Dios le expresa a Abraham que todas las familias del mundo
serán benditas en su nombre y que todo aquel que lo bendiga o maldijere, Él
también hará lo mismo con ellos.
Abraham, entonces, parte de su tierra natal a Canaán, la
tierra prometida a toda su descendencia, en compañía de Sara su mujer, su
sobrino Lot, su séquito y sus bienes adquiridos.
Abraham, luego de haber instalado sus tiendas en Canaán,
Dios le pide que se levante y observe desde todos los ángulos la inmensidad de
la tierra prometida y le reafirma que se la dará a él y a toda su descendencia
por siempre y que se contaran como granitos de tierra.
HIJO DE ABRAHAM
Al percatarse Abraham de que Dios le promete tierras,
protección y un gran futuro para su prole, le embargan pensamientos acerca de
su soledad y de la falta de herederos de su propia sangre que usufructúen las
promesas.
Abraham no tenía hijos y su mayordomo era su heredero,
entonces Dios se le aparece en una visión y le dice:
No será este quien te heredará, sino, que un hijo tuyo propio, será el que te heredara (Génesis 15:4).
Y mostrándole el firmamento abastecido de millones de
estrellas, le dice que así de extensa será su descendencia y Abraham con gran
alegría se llena de fe y le cree firmemente al Señor Dios artífice de la
creación.
Abraham y Sara ya eran de avanzada edad y en sus mentes ya
no concebían la idea de poder tener hijos, pero entonces, desde el cielo descendieron
palabras que acariciaban sus oídos, manifestándoles la buena nueva del próximo nacimiento
de un hijo de sus propias carnes, causando sorpresa y jubilo en Abraham y
sonrisas burlonas en el rostro de Sara al considerar su infertilidad y edad.
Dios reprende sus mentes limitadas y les muestra que para Él
no hay nada imposible, Él es el arquitecto y ejecutor del universo con un solo
soplo de su aliento, el fundador de la vida y hacer nacer un niño de una mujer
longeva e infértil es tan solo una manifestación de sus pensamientos.
Concurrida la visita del Señor, Sara concibe primogénito en
la madurez de sus días, Isaac te llamarás, tu nombre significa “El que hace
reír” como sucedió con el rostro de la amada del patriarca el día que el Señor les
hablo y circuncidado estarás desde tus más tiernos días.
ABRAHAM E ISAAC
Convertidos en hechos las palabras y órdenes del Dios de la
vida, decide el Padre eterno volver a un encuentro con su hijo Abraham y decide
probar las raíces viscerales de su ser, tocando lo que más amaba en la tierra.
Y Dios le comento: Toma a tu amado y único hijo, Isaac, márchate a la tierra de Moriah y ofrécelo allí en sacrificio sobre el monte que yo te mostraré. (Génesis 22:2).
No le digas a la luna que se asome que hoy no quiero verla,
no le digas al sol que salga que hoy no puedo recibirlo; Amargo es mi amanecer
y melancólicas son mis pupilas.
Oh Dios de mis antepasados, tú me lo das, tú me lo quitas,
grandes son tus promesas y mis carnes impacientes para la tarea, pero Dios de
mis sueños, no me preparaste para el holocausto de mi propio hijo.
Tómame a mí si quieres, párteme de un rayo o llévate mis
posesiones, pero no me quites la alegría nacida de mi amada esposa; La fuerza y
el coraje no me bastan, solo la fe en ti y el pacto de la descendencia me
empujan a contracorriente.
A lo lejos divisa Abraham el lugar de la inmolación, con
ánimo resuelto toma su borrico, leña, dos siervos, a su infante Isaac y los
dirige a la senda del fatal escenario.
Hace un alto en el camino antes de llegar y pide soledad
junto a su hijo para ofrecer actos de reverencia; El asno y los acompañantes
quedan atrás y monta la leña, toma la hoguera y aprieta el puñal es sus propias
manos.
Padre mío, padre mío, le dice Isaac a su desconsolado progenitor,
pero ¿dónde está el cordero para la expiación? llevamos leña y fuego, pero, no
lo veo por ninguna parte. Y Abraham le declara: Será Dios quien provea el
cordero hijo mío.
Preparado el altar con leña y fuego, ata y levanta a su hijo,
le tapa los ojos, alza su brazo y puñal en mano se dispone resueltamente a
holocausto manifiesto en nombre del Dios de los cielos.
Al percatarse de la disposición sin tacha de Abraham y de la
obediencia de las órdenes divinas, se desprende desde lo alto la voz del ángel
del Señor y dice: Abraham, Abraham, no procedas ante tu hijo porque reconozco
tu temor a Dios y confirmo obediencia al no rehusar al sacrificio de tu hijo unigénito.
Desde las profundidades de su alma, cierra Abraham sus ojos
con la alegría jamás sentida, sus brazos tiemblan de felicidad y las lágrimas
corren el agitado rostro de quien estaba dispuesto a entregarlo todo, quita
rápidamente a su hijo y abraza su humanidad hasta estrechar sus huesos.
Alzando su mirada y dando gracias, descubre cordero en las
ramas del zarzal y ofrece al animal como resarcimiento de su hijo, desprendiéndose
a las alturas olor loable a los sentidos del creador.
Por segunda vez desde las compuertas del firmamento
desciende voz angelical y espeta: Por todo lo sucedido, tu amor, fe
inquebrantable y obediencia, de cierto te bendeciré y te multiplicaré como las
estrellas del éter, como los granos de arena, en tu simiente serán benditos
todos los pueblos de la tierra porque finura probaste y bien me obedeciste.
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